Antier me pidió mi mamá que la acompañara por el bolillo. Le respondí que no podía distraerme, porque estoy haciendo la tarea; la maestra me pidió que investigara sobre la revolución.
Antier me pidió mi mamá que la acompañara por el bolillo. Le respondí que no podía
distraerme, porque estoy haciendo la tarea; la maestra me pidió que investigara sobre la
revolución. “Pero no nos vamos a tardar nada -me respondió-; además, ya preparé aquí,
queso, aguacate, jitomate y cebolla, y tengo ya botellas con agua. Hoy, temprano, dejé
encargado el pan, y dije que lo iba a recoger más tarde, para traerme el que estaba apenas
saliendo del horno, porque no lo quiero frío”.
Me sorprendió lo que me estaba contando mi ‘ma, y me pregunté qué se traía, tan agitada
como estaba; pero no quise molestarla y no le dije nada. De mala gana, salí acompañándola.
Al llegar a la panadería, la encargada nos recibió con un costal lleno de bolillos. Mi mamá
lo recogió, lo pagó y me lo echó a la espalda. Ella salió corriendo, y yo detrás de ella.
En el camino, pese a mis esfuerzos con el costal (o, tal vez, por eso), me pregunté qué se
traía doña Ester (así le digo, a veces, a mi ‘ma). Se veía entre apurada y preocupada, pero - eso sí- con una fuerte obsesión (ya ven cómo es ella).
Llegamos, yo aventé el pan y me fui a seguir con mi tarea.
Por un rato, mi ‘ma me dejó en paz, pero después me pidió que la ayudara a preparar las tortas. Entonces supe qué la traía agitada. Yo le respondí que no podía ayudarla porque -le repetí- tenía tarea. Fue cuando ella, con ese tono entre amoroso y enérgico que usa, me soltó su rollo: “A ver, m’hija: tú me dijiste que te dejaron de tarea estudiar sobre la revolución. Y me queda claro que tienes que saber qué pasó en aquella época (la de la revolución mexicana); pero no es algo que sólo se ve en libros, sino también en la práctica.
Entonces, caí en la cuenta de que no me iba a zafar de doña Ester. Como perro de caza, cuando me agarra, ya no me suelta; ¡mhhh!, como si no la conociera. “La revolución -me aclaró- no es sólo asunto del pasado; en realidad es un hilo de cambios sociales para que la gente no padezca, sino que viva mejor; es necesario cambiar muchas cosas hoy”. Mientras apuntaba con la mano izquierda al costal de pan y a lo que había preparado en la cocina, dijo con fuerza: “Ahí tienes: mañana va a llegar a Plaza de Armas una caravana de gente que viene caminando, desde hace días, de la Sierra Gorda y de otros puntos del estado, porque el gobierno entubó su agua para traérsela a la ciudad y entregarla a las zonas donde vive la gente rica y a las industrias. ¡Qué chistosos!, ¿no? Hacen “caravana con sombrero ajeno”, pues surten del agua a sus amigos, a poderosos, mientras dejan sediento al pueblo.
Por eso fuimos por el pan: para prepararles tortas a todas esas personas que vienen a pie, desde tan lejos, a reclamar lo que por ley les pertenece… Dejaron solas sus casas, se quedó por allá parte de su familia, hicieron a un lado todos sus quehaceres, para hacer una caminata que lleva varios días. Todo, con tal de reclamar lo que les pertenece”.
Al ver cuáles eran las intenciones de mi ‘ma, entendí por qué andaba tan activa, y para qué había sacado un ahorrito que tenía guardado: para darles de comer a estas personas que vienen a reclamar lo suyo. Entonces también entendí la sabiduría de doña Ester, cuando me dijo que la revolución no es sólo cosa del pasado o de los libros, sino algo que tenemos que vivir todos los días hoy.
No sé qué me pasó, pero vi en mi ‘ma un ángulo que yo no había captado.
Sentí que algo por dentro me hervía, y que mi corazón se llenaba de amor y orgullo de que esta mujer me hubiera tocado como madre.
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