Cuando Otilia renunció a la fábrica donde hacía la limpieza, para atender a Cosme, los obreros le dieron un apoyo, de su propio bolsillo, ya que nunca tuvo contrato. Con el dinerito, ella y Cosme pudieron comprarse un triciclo...
Todos los días, Otilia lee en voz alta el periódico para su esposo. A él le interesan las
noticias pues, explica, la gente debe saber informarse y no atender a chismes que se cuentan
en la calle. Él usa gruesas gafas, pues ya ve muy poco. Ella cuida de leerle con claridad y
fuerte, pues Cosme también está medio sordo, a pesar de que hace poco cumplió apenas 66
años.
Sus dos hijos formaron ya su propia familia; y sólo ocasionalmente visitan a los ahora
abuelos, para enterarse de su salud y ver en qué los pueden apoyar.
Cuando Otilia renunció a la fábrica donde hacía la limpieza, para atender a Cosme, los
obreros le dieron un apoyo, de su propio bolsillo, ya que nunca tuvo contrato. Con el
dinerito, ella y Cosme pudieron comprarse un triciclo. A consignación, sacaron de una
tienda materiales de limpieza (matamoscas, plumeros, banquitos de plástico, trapeadores,
botellitas con perfume ambiental, insecticidas, trapos, sacudidores, etc.). También buscaron
en otro lado manitas de madera para rascar la espalda, cuchillos, tijeras, hilo para costura,
dulces, plumas, lapiceros y otras cosas más, que les piden los clientes. De esa manera, van
recorriendo el barrio, se valen por sí mismos y ganan para comer. Por la casa no tuvieron
que preocuparse, pues el papá de Cosme compró un terrenito muy barato, en aquella época,
y levantó dos cuartitos. Fue la herencia que recibió el muchacho cuando su padre murió.
Actualmente, después del desayuno, el matrimonio sale a la calle todas las mañanas. Ella
maneja el triciclo, y él camina a su lado, con megáfono en mano, voceando los productos;
de tramo en tramo, se detiene frente a las casas donde lo llaman. Otilia pedalea despacio,
junto a su marido y, cuando lo solicitan, detiene el triciclo y le hace señas a Cosme para que
atienda a la clientela.
De lo que se quejan ellos todos los días es que, desde hace más de un año, se comenzaron
obras en las calles por donde pasan ofreciendo sus artículos. Las autoridades tuvieron la
ocurrencia de que hace mucho no se le metía mano a la zona, y que había que hacerle una
remodelación a fondo, de una vez por todas: reventaron calles, destruyeron banquetas,
sacaron las instalaciones de agua potable, de electricidad, el drenaje, los pocos postes del
alumbrado público, tumbaron paredes y dejaron el lugar como se ve en las películas de
guerra. Conducir el triciclo es un martirio, pues muchas veces se les voltea en una zanja o
no pueden hacerlo pasar por el suelo disparejo y hay que dar grandes rodeos, se caen los
productos, hay que recogerlos y limpiarlos para acomodarlos en el transporte. No sólo la
pareja se queja por el caos; los demás vecinos dicen que no acaban de entender al gobierno,
pues en su fiebre de construcción, también está destruyendo casas o locales nuevos, no
permiten el paso del servicio de transporte, han cerrado muchos negocios y la vida se ha
desquiciado. Eso sí: para justificar que gastan millones y millones de pesos en esto no
tienen llenadera. Pero, si algo tienen los pobres, es su capacidad de resistencia, y aquí
siguen a pesar de todo.
Sin hacer caso de las dificultades que padecen con las obras, los dos ancianos continúan
con sus rutas para atender a su clientela, mientras que en su pecho se mantienen ocupados
con lo que les nace del corazón. Otilia oye con suave sonrisa cómo su marido sigue con esa
voz de toro, fuerte y decidida que la enamoró, justamente, cuando se conocieron, y que le
dio la seguridad de que se iba a quedar con él para siempre. A su vez, Cosme sigue
encandilado de esa mujer que, a su lado, pedalea con el brío que lo convenció de que era la
mujer con la que haría de todo..., ¡aún en tiempos de guerra!
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