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COMO EN GUERRA

Foto del escritor: Gonzalo Guajardo GonzálezGonzalo Guajardo González

Actualizado: 15 dic 2024

Cuando Otilia renunció a la fábrica donde hacía la limpieza, para atender a Cosme, los obreros le dieron un apoyo, de su propio bolsillo, ya que nunca tuvo contrato. Con el dinerito, ella y Cosme pudieron comprarse un triciclo...


Todos los días, Otilia lee en voz alta el periódico para su esposo. A él le interesan las

noticias pues, explica, la gente debe saber informarse y no atender a chismes que se cuentan

en la calle. Él usa gruesas gafas, pues ya ve muy poco. Ella cuida de leerle con claridad y

fuerte, pues Cosme también está medio sordo, a pesar de que hace poco cumplió apenas 66

años.

Sus dos hijos formaron ya su propia familia; y sólo ocasionalmente visitan a los ahora

abuelos, para enterarse de su salud y ver en qué los pueden apoyar.

Cuando Otilia renunció a la fábrica donde hacía la limpieza, para atender a Cosme, los

obreros le dieron un apoyo, de su propio bolsillo, ya que nunca tuvo contrato. Con el

dinerito, ella y Cosme pudieron comprarse un triciclo. A consignación, sacaron de una

tienda materiales de limpieza (matamoscas, plumeros, banquitos de plástico, trapeadores,

botellitas con perfume ambiental, insecticidas, trapos, sacudidores, etc.). También buscaron

en otro lado manitas de madera para rascar la espalda, cuchillos, tijeras, hilo para costura,

dulces, plumas, lapiceros y otras cosas más, que les piden los clientes. De esa manera, van

recorriendo el barrio, se valen por sí mismos y ganan para comer. Por la casa no tuvieron

que preocuparse, pues el papá de Cosme compró un terrenito muy barato, en aquella época,

y levantó dos cuartitos. Fue la herencia que recibió el muchacho cuando su padre murió.

Actualmente, después del desayuno, el matrimonio sale a la calle todas las mañanas. Ella

maneja el triciclo, y él camina a su lado, con megáfono en mano, voceando los productos;

de tramo en tramo, se detiene frente a las casas donde lo llaman. Otilia pedalea despacio,

junto a su marido y, cuando lo solicitan, detiene el triciclo y le hace señas a Cosme para que

atienda a la clientela.

De lo que se quejan ellos todos los días es que, desde hace más de un año, se comenzaron

obras en las calles por donde pasan ofreciendo sus artículos. Las autoridades tuvieron la

ocurrencia de que hace mucho no se le metía mano a la zona, y que había que hacerle una

remodelación a fondo, de una vez por todas: reventaron calles, destruyeron banquetas,

sacaron las instalaciones de agua potable, de electricidad, el drenaje, los pocos postes del

alumbrado público, tumbaron paredes y dejaron el lugar como se ve en las películas de

guerra. Conducir el triciclo es un martirio, pues muchas veces se les voltea en una zanja o

no pueden hacerlo pasar por el suelo disparejo y hay que dar grandes rodeos, se caen los

productos, hay que recogerlos y limpiarlos para acomodarlos en el transporte. No sólo la

pareja se queja por el caos; los demás vecinos dicen que no acaban de entender al gobierno,

pues en su fiebre de construcción, también está destruyendo casas o locales nuevos, no

permiten el paso del servicio de transporte, han cerrado muchos negocios y la vida se ha

desquiciado. Eso sí: para justificar que gastan millones y millones de pesos en esto no

tienen llenadera. Pero, si algo tienen los pobres, es su capacidad de resistencia, y aquí

siguen a pesar de todo.

Sin hacer caso de las dificultades que padecen con las obras, los dos ancianos continúan

con sus rutas para atender a su clientela, mientras que en su pecho se mantienen ocupados

con lo que les nace del corazón. Otilia oye con suave sonrisa cómo su marido sigue con esa


voz de toro, fuerte y decidida que la enamoró, justamente, cuando se conocieron, y que le

dio la seguridad de que se iba a quedar con él para siempre. A su vez, Cosme sigue

encandilado de esa mujer que, a su lado, pedalea con el brío que lo convenció de que era la

mujer con la que haría de todo..., ¡aún en tiempos de guerra!

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