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CARTA A MI HERMANA

Foto del escritor: Gonzalo Guajardo GonzálezGonzalo Guajardo González
Hermanita: desde hace días quiero hablarte sobre un tema que me trae embebido...

Sabes que llevo tiempo escribiendo, por gusto o por compromisos académicos. Las más de las veces, hablo de mis investigaciones, o publico textos de divulgación, o meros ensayos. Algunos más han sido textos formales, dirigidos a autoridades o a funcionarios. A inicios del año, me dio por escribir otra cosa; por ejemplo, literatura. Ese deseo me pesaba, por no hacerle caso. Al fin me decidí, y he empezado a escribir historias, pero cortas (la narración breve vale mucho, como el haiku* en Asia); el fraseo escueto, de pocas palabras, también puede transmitir pensamiento completo.


Hay periodismo impreso que informa, en oraciones breves y en profundidad, lo que pasa en el mundo. Sin faltar a la claridad, puede ser veraz. Los lectores, o parte de ellos, buscan ideas claras y significativas. Quien publica en esos medios y para esos lectores ha de cumplir varios requisitos: (1) que su contenido sea creíble, según el género y el contexto de que se ocupa, (2) que su forma dé lugar a diferentes efectos (asombro, gozo, sorpresa, alegría, pesadumbre, etc.) según lo que se propone, (3) que tenga claro qué quiere provocar con cada enunciado (por ejemplo, desconcierto, sorpresa, asombro, asentimiento, etc.), (4) que ningún contenido es por sí mismo verdadero o falso, verosímil o inverosímil, pertinente o impertinente, sino que esos valores son construidos por la narración y por la finalidad que se pretende; por ejemplo, un texto científico generalmente es sobre temas que provienen del asombro y con preguntas que aspiran a la veracidad; un texto político busca verosimilitud y convencimiento; el escrito literario va tras pertinencia, naturalidad y belleza.


He querido escribir historias breves (las llamo cuentos, para no caer en algún desliz que revele a la persona referida); son historias de “gente menuda”, sea dicho porque son sobre gente que casi siempre está al día, que se encuentra en una vida apenas aceptable, gente que apenas es perceptible, que está mal y le cuesta sobrevivir; gente que desde temprano se la pasa tronándose los dedos. Es gente que tiene gran dificultad para vivir con decoro; se ocupa en actividades que no cuentan con seguridad social, o no son reconocidas como tales por alguna legislación. Estas historias son, con frecuencia, de gente a la que uno le da la vuelta cuando parece que se la va a topar si permanece en la misma acera; gente que “viste andrajos” y “huele mal” porque ni agua tiene para limpiarse el rostro con un trapo húmedo; que vive (¿?) en radical vulnerabilidad. Son sinhogaristas (como dice Adela Cortina), pues no cuentan con un hogar para disfrutar momentos de alivio. La boca les sabe siempre acre, como a moneda de cobre, porque algo de la vida no les ha cuajado. La dulce nata se les ha podrido antes de llegar el paladar; no tienen sueños de princesas, que son quimeras.


Porque lo que viven y expresan es digno de respeto, me mantengo fiel a su narración los que recojo no son cuentos color de rosa. Las historias de las clases medias (y también las de la clase pudiente) se muestran exitosas, aunque a menudo se trate de farsas o fachadas. Concluyen con “y por siempre fueron felices” (aunque, bien visto, también viven al borde del carajo). El día a día de la pobreza o, peor, de la miseria no es “vida a pedir de boca”; usualmente acontece algo que tuerce o destruye el desenlace esperado.


Para redactar las historias –no inventarlas–, las recupero de quienes las viven y reviven efectivamente. Entrevisto a alguien, con grabadora y con libreta para registrar el escenario, los gestos, etc.; por fidelidad a la narración, vuelvo una y otra vez a ella mientras la transcribo. Me tomo la “atribución divina” de modificar varios elementos, como nombres de los sujetos, espacios geográficos donde tienen lugar, referencias a gente allegada, a actividades cruciales y hasta al género de la persona (mujer o varón, por ejemplo), diferente al relato. Cuando llevo la historia a una redacción final, la muestro al personaje de ella y a alguien más, a quien le propongo la función de juez; la leemos juntos, hago las correcciones o modificaciones necesarias y la entrego para su impresión.


Todo esto –buscar a la persona de quién escribiré, comentarle mi interés, pedirle que me autorice a relatar parte de su vida, entrevistarla, escribir y reescribir, regresar con quien narró anécdotas o vida– lo escribo en limpio entre una y tres semanas. Después, lo regreso al pueblo, de donde salieron.

 

*El haiku o haikú es un tipo de poesía japonesa. Consiste en un poema breve de diecisiete sílabas, escrito en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, según especialistas como R.H. Blyth o Fernando Rodríguez-Izquierdo.


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2 Comments


Joy Venegas
Nov 12, 2024

Me inspiras con tus historias y conocimientos. ¡Gracias por compartir!

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Juan Manuel Soto
Juan Manuel Soto
Oct 06, 2021

Extraordinario relato. Felicitaciones.

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